OCTUBRE MES DE PENITENCIA, SEÑOR DE LOS MILAGROS
EL SIGNIFICADO DEL COLOR MORADO
Morado significa Penitencia y requiere tres elementos básicos como parte fundamental de la vida espiritual: Oración, ayuno y limosna. al respecto dice Jesús:
“Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que
hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo
secreto, te recompensará” (Mt 6,3-4). ”Cuando ustedes oren, no hagan como los
hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de
las calles, para ser vistos” (Mt 6,5). “Cuando ustedes ayunen, no pongan cara
triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note
que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. Tú, en
cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no
sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu
Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,16-18). Y los hacemos vestidos de morado. Estos elementos nos llevan a la conversión:
La conversión de Nínive y el perdón de Dios:
Dios encargó por II vez a Jonás para que vaya a Nínive y le
predique la conversión. Jonás comenzó a exhortar a los ninivitas: "Dentro
de cuarenta días, Nínive será destruida. Los ninivitas creyeron en Dios, decretaron un
ayuno y se vistieron con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más
pequeño. Cuando la noticia llegó al rey de Nínive, este se levantó de su trono,
se quitó su vestidura real, se vistió con ropa de penitencia y se sentó sobre
ceniza. Además, mandó proclamar en Nínive el siguiente anuncio: "Por
decreto del rey y de sus funcionarios, ningún hombre ni animal, ni el ganado
mayor ni el menor, deberán probar bocado: no pasten ni beban agua; vístanse con
ropa de penitencia hombres y animales; clamen a Dios con todas sus fuerzas y
conviértase cada uno de su mala conducta y de la violencia que hay en sus
manos. Tal vez Dios se vuelva atrás y se arrepienta, y aplaque el ardor de su
ira, de manera que no perezcamos". Al ver todo lo que los ninivitas hacían
para convertirse de su mala conducta, Dios se arrepintió de las amenazas que les
había hecho y no las cumplió” (Jon 3,4-10). Entonces algunos escribas y
fariseos le dijeron: "Maestro, queremos que nos hagas ver un signo". Él
les respondió: "Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero
no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres
días y tres noches en el vientre del pez, (Jon 2, 1) así estará el Hijo del
hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches. El día del Juicio, los
hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque
ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es
más que Jonás” (Mt 12,38-41).
EL SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN
Proclamación del Santo Evangelio según San Lucas 7,37-48:
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró
en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al
enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un
frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies
y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría
de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó:
"Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo
que ella es: ¡una pecadora!" Pero Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que
decirte". "Di, Maestro", respondió él.
"Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía
quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda.
¿Cuál de los dos lo amará más?" Simón contestó: "Pienso que aquel a quien perdonó
más". Jesús le dijo: "Has juzgado bien". Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves
a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en
cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no
cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis
pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados,
le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se
le perdona poco, demuestra poco amor". Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son
perdonados".
Los invitados pensaron: "¿Quién es este hombre,
que llega hasta perdonar los pecados?" Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete
en paz". PALABRA DEL SEÑOR.
¿Qué nos enseña la Biblia acerca del perdón de los pecados?
1. Jesús perdona los pecados: (Mt 26, 7; Mc 14; 3 Jn 12, 3):
En el Antiguo Testamento el perdón de los pecados era
derecho exclusivo de Dios. Ningún profeta y ningún sacerdote del Antiguo
Testamento pronunciaron absolución de pecados. Sólo Dios perdonaba el pecado.
En el Nuevo Testamento, el Padre envía a
su propio Hijo (Jn 3,16). Jesús Tiene la autoridad porque es el enviado del
Padre: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mi” (Jn 14,8-10), y êl tiene la
autoridad de perdonar los pecados: Jesús. El Hijo de Dios dijo de sí mismo: «El
Hijo del Hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra» (Mc. 2, 10).
Y en verdad× Jesús ejerció su poder divino: «Cuando Jesús
vio la fe de aquella gente, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son
perdonados» (Mc. 2, 5). Frente a una mujer pecadora Jesús dijo: «Sus pecados,
sus numerosos pecados le quedan perdonados, por el mucho amor que mostró» (Lc.
7, 47). Y en la cruz Jesús se dirigió a un criminal arrepentido: «En verdad te
digo que hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso» (Lc. 23, 43).
2. Jesús comunicó el poder de perdonar pecados a sus
apóstoles. Jesús quiso que todos sus discípulos, tanto en su oración como en su
vida y en sus obras, fueran signo e instrumento de perdón. Y pidió a sus
discípulos que siempre se perdonaran las ofensas unos a otros (Mt. 18, 15-17).
Sin embargo,× Jesús confió el ejercicio del poder de
absolución solamente a sus apóstoles. Jesús quería que la reconciliación con×
Dios pasara por el camino de la reconciliación con la× Iglesia. Lo expresó
particularmente en las palabras solemnes a Simón Pedro: «A ti te daré las
llaves del× Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en
los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mat.
16, 19). Esta misma autoridad de «atar» y «desatar» la recibieron después todos
los apóstoles (Mt. 18, 18). Las palabras «atar» y «desatar» significan: Aquel a
quien excluyen ustedes de su comunión, será excluido de la comunión con× Dios.
Aquel a quien ustedes reciben de nuevo en su comunión, será también acogido
por× Dios. Es decir, la reconciliación con× Dios pasa inseparablemente por la
reconciliación con la Iglesia.
El mismo día de la Resurrección, Jesucristo se apareció a
los apóstoles, sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el× Santo. A
quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a quienes se los
retengan, les quedarán retenidos» (Jn. 20, 22-23). Y en la Iglesia primitiva ya
existía el ministerio de la reconciliación como dice el apóstol Pablo: «Todo
eso es la obra de Dios, que nos reconcilió con El en Cristo, y que a mí me
encargó la obra de la reconciliación» (2 Cor. 5, 18).
3. Los apóstoles comunicaron el poder divino de perdonar
pecados a sus sucesores.
Jesucristo delega la función de administrar su iglesia a
pero al decir: A ti te daré las llaves del reino del cielo, lo que ates aquí,
queda atado en el cielo” (Mt 16,19). El don del perdón de los pecados no fueron
sólo para los Doce apóstoles, sino para pasarlas a todos sus sucesores. Los
apóstoles las comunicaron con la imposición de manos. Escribe el apóstol Pablo
a su amigo Timoteo: «Te recomiendo que avives el fuego de Dios que está en ti
por la imposición de mis manos» (2 Tim. 1, 6).
Los apóstoles estaban conscientes de que Jesucristo tenía
una clara intención de proveer el futuro de la Iglesia; estaban convencidos de
que Jesús quería una institución que no podía desaparecer con la muerte de los
apóstoles. El Maestro les había dicho: «Sepan que Yo estoy con ustedes todos
los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 20), y «las fuerzas del infierno no
podrán vencer a la Iglesia» (Mt. 16, 18). Así las promesas de Jesús a Pedro y a
los apóstoles, no sólo valen para sus personas, sino también para sus legítimos
sucesores.
Como conclusión podemos decir: Cristo confió a sus apóstoles
el ministerio de la reconciliación (Jn. 20, 23; 2 Cor. 5, 18). Los obispos, o
sucesores de los apóstoles, y los presbíteros, colaboradores de los obispos,
continúan ahora ejerciendo este ministerio. Ellos tienen el poder de perdonar
los pecados «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».
Dudas que plantean otras iglesias acerca de la confesión
1. ¿En qué se basan los católicos para decir que los
sacerdotes pueden perdonar los pecados?
La Iglesia Católica lee con atención toda la Biblia y acepta
la autoridad divina que Jesús dejó en manos de los Doce apóstoles y sus
legítimos sucesores. Esto ya está explicado. El poder divino de perdonar
pecados está claramente expresado en lo que hizo y dijo Jesús ante sus
apóstoles: El Señor sopló sobre sus cabezas y les dijo: «Reciban el Espíritu
Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se
los retengan les quedan retenidos» (Jn. 20, 22-23).
Los apóstoles murieron y, como Cristo quería que ese don
llegara a todas las personas de todos los tiempos, les dio ese poder de manera
que fuera transmisible, es decir, que ellos pudieran transmitirlo a sus
sucesores. Y así los sucesores de los apóstoles, los obispos, lo delegaron a
«presbíteros», o sea, a los sacerdotes. Estos tienen hoy el poder que Jesús dio
a sus apóstoles: «A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados» y
nunca agradeceremos bastante este don de Dios que nos devuelve su gracia y su
amistad
2. ¿Para qué decir los pecados a un sacerdote, si× Jesús
simplemente los perdonaba?
Es verdad que Jesús perdonaba los pecados sin escuchar una
confesión. Pero el Maestro divino leía claramente en los corazones de la gente,
y sabía perfectamente quiénes estaban dispuestos a recibir el perdón y quiénes
no. Jesús no necesitaba esta confesión de los pecados. Ahora bien, como el
pecado toca a Dios, a la comunidad y a toda la Iglesia de Cristo, por eso Jesús
quería que el camino de la reconciliación pasara por la Iglesia que está
representada por sus obispos y sacerdotes. Y como los obispos y sacerdotes no
leen en los corazones de los pecadores, es lógico que el pecador tiene que
manifestar los pecados. No basta una oración a Dios en el silencio de nuestra
intimidad.
Además el hombre está hecho de tal manera que siente la
necesidad de decir sus pecados, de confesar sus culpas, aunque llegado el
momento le cuesta. El sacerdote debe tener suficiente conocimiento de la
situación de culpabilidad y de arrepentimiento del pecador. Luego el sacerdote,
guiado por el espíritu de Jesús que siempre perdona, juzgará y pronunciará la
absolución: «Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y
del Espíritu Santo». La absolución es realmente un juicio que se pronuncia
sobre el pecador arrepentido. Es mucho más que un sentirse liberado de sus
pecados. Es decir, a los ojos de Dios: no existen más esos pecados. Está
realmente justificado. Y como consecuencia lógica, dada la delicadeza y la
grandeza de este misterio del perdón, el sacerdote está obligado a guardar un
secreto absoluto de los pecados de sus penitentes.
3. «Pero el sacerdote es pecador como nosotros», dirán
algunos. Pero de tras del hombre pecador el Sacerdote está el sacerdocio de
sacerdocio de Cristo. Por eso el sacerdote al absolver los pecados de los
penitentes no dice: “Yo te absuelvo de los pecados”, sino que dice: “ te
absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu Santo,
Amén.
Y les respondo: También los Doce apóstoles eran pecadores y
sin embargo Jesús les dio poder para perdonar pecados. El sacerdote es humano y
dice todos los días: «Yo pecador» y la Escritura dice: «Si alguien dice que no
ha pecado, es un mentiroso» (1Jn. 1, 8). Aquí la única razón que aclara todo es
esta: Jesús lo quiso así y punto. Jesús fundamentó la Iglesia sobre Pedro
sabiendo que Pedro era también pecador. Y Jesús dio el poder de perdonar, de
consagrar su Cuerpo y de anunciar su Palabra a hombres pecadores, precisamente
para que más aparecieran su bondad y su misericordia hacia todos los hombres.
Con razón nosotros los sacerdotes reconocemos que llevamos este tesoro en vasos
de barro y sentimos el deber de crecer día a día en santidad para ser menos
indignos de este ministerio.
El sacerdote perdona los pecados por una sola razón: porque
recibió de Jesucristo el poder de hacerlo. Además, durante la confesión
aprovecha para hacer una corrección fraterna y para alentar al penitente. El
confesor no es el dueño, sino el servidor del perdón de Dios.
Y otro punto importante es que el sacerdote concede el
perdón «en la persona de Cristo»; y cuando dice «Yo te perdono...» no se
refiere a la persona del sacerdote sino a la persona de Cristo que actúa en él.
Los que se escandalizan y dicen ¿cómo un sacerdote que es un hombre puede
perdonar a otro hombre? es que no entienden nada de esto.
¿Qué otras diferencias hay entre católicos y protestantes
acerca de la confesión?
El protestante comete pecados, ora a Dios, pide perdón, y
dice que Dios lo perdona. Pero ¿cómo sabe que, efectivamente, Dios le ha
perdonado? Muy difícilmente queda seguro de haber sido perdonado.
En cambio el católico, después de una confesión bien hecha,
cuando el sacerdote levanta su mano consagrada y le dice: «Yo te absuelvo en el
nombre del Padre...», queda con una gran seguridad de haber sido perdonado y
con una paz en el alma que no encuentra por ningún otro camino.
Por eso decía un no-católico: «Yo envidio a los católicos.
Yo cuando peco, pido perdón a Dios, pero no estoy muy seguro de si he sido
perdonado o no. En cambio el católico queda tan seguro del perdón que esa paz
no la he visto en ninguna otra religión». En verdad,la confesión es el mejor
remedio para obtener la paz del alma.
El católico sabe que no es simplemente: «Pecar y rezar, y
listo». Pongamos un caso: Una mujer católica comete un aborto. No puede llegar
a su pieza, rezar y decir que todo está arreglado. No. Ella tiene que ir a un
sacerdote y confesarle su pecado. Y el sacerdote le hará ver lo grave de su
pecado, un pecado que lleva a la excomunión de la× Iglesia. El sacerdote le
aconsejará una penitencia fuerte. Ella quizás hasta llorará en ese momento y
antes del próximo aborto seguramente lo pensará tres veces... ¿Y ese señor que
compra lo robado? ¿Y esa novia que no se hace respetar por el novio? ¿Y esa
mujer que quita la fama con su lengua? ¿Y ese borracho?... Confesando sus
pecados, se encontrarán con alguien que les habla en nombre de Dios y les hace
reflexionar y cambiar su vida.
“Confiésense mutuamente sus pecados y oren los unos por los
otros, para ser curados. La oración perseverante del justo es poderosa. Elías
era un hombre como nosotros, y sin embargo, cuando oró con insistencia para que
no lloviera, no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses… Hermanos
míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sepan que
el que hace volver a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y
obtendrá el perdón de numerosos pecados” (Stg 5,16-20).