HAY VESTIGIO DE GUERRA PORQUE NO HAY VESTIGIO DE AMOR
¿Por qué a ti? ¿Por qué a
ti? ¿Por qué todo el mundo viene en pos de ti?
Así le preguntaba cierto
día a San Francisco uno de sus discípulos, intrigado por la irresistible
atracción que ejercía un hombre externamente tan despreciable como el
Pobrecillo de Asís. Y este fiel discípulo del pobrecillo atinó con una respuesta: ¡Porque este hombre de Dios irradia una cosa simple: El amor!.
«¡El Amor no es amado! ¡El
Amor no es amado!», repetía frecuentemente el Santo de Asís, herido en su fina
sensibilidad de amante, al comprobar la fría indiferencia de los cristianos
ante las amorosas finezas del Redentor.
Este amor a Jesucristo
será el resorte mágico que le impulsará a realizar acciones que un hombre
superficial tal vez considere como niñerías. Cada vez que pronunciaba el nombre
de Jesús se relamía los labios. Deseaba que sus frailes recogiesen del suelo
los fragmentos de pergamino que hallasen porque en ellos podía encontrarse
escrito el nombre del Señor. En cierta ocasión se desnudaron él y su compañero
para vestir a un mendigo, porque los pobres eran hermanos de Jesucristo. En la
Sagrada Escritura se alude al Redentor como a un leproso, razón suficiente para
que Francisco reservase para estos desgraciados, a quienes llamaba los hermanos
cristianos, sus más finas atenciones. La fidelidad incondicional a la Iglesia y
la devoción al Papado, una de las grandes virtudes del Santo, no frecuentes en
una época minada por pequeñas pero múltiples heterodoxias, obedecía a su firme
persuasión de que la Iglesia era la Esposa de Jesucristo, y el Papa su Vicario
en la tierra.
Dotado de una imaginación
viva y enemigo de lo abstracto, en el Santo este amor iba dirigido a
Jesucristo, considerado sobre todo en sus misterios de sabor humano. Para vivir
plenamente la fiesta de Navidad, Francisco representó plásticamente en Greccio,
en 1223, el nacimiento del Niño Jesús, primera representación origen de
nuestros belenes. La Pasión y la Eucaristía constituían el centro de sus
pensamientos. San Francisco tiene el mérito de haber introducido en la Iglesia
de una manera definitiva la devoción a la humanidad de Jesucristo.
Fue también el amor al
Salvador lo que le infundió una sed insaciable de almas, que les condujo a él y
a sus frailes a lanzarse desde el primer momento a la predicación, de la misma
manera que quería Jesucristo lo hicieran sus apóstoles: «No poseáis oro, ni
plata, ni dinero en vuestras fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas,
ni zapatos, ni cayado» (Mt 10,9-10).
A partir de la fundación
de la Orden el Santo apenas tendrá un momento de reposo (tampoco lo tendrán sus
frailes), acuciado por llevar almas a Jesucristo. Esta será en los doce años
que siguen su ocupación más frecuente, y la Italia central su preferido campo
de acción. En 1210 lo encontramos evangelizando la Umbría y estableciendo la
paz entre los nobles y plebeyos de Asís. Luego pasa a Toscana y pacifica
asimismo la ciudad de Arezzo, ensangrentada por luchas fratricidas. En 1217
quiere pasar a Francia, pero se vio obligado a detenerse en Florencia. Todavía
en 1222, cuando ya sus enfermedades le hacían sufrir no poco, lo encontramos
predicando y ofreciendo un testimonio viviente del Evangelio en la parte
oriental y meridional de Italia. Sus pláticas eran sencillas, salpicadas de
vivas imágenes, de tono cálidamente familiar y al aire libre. Poseía una
oratoria personalísima e inconfundible, que ofrecía un marcado contraste con la
vigente en aquellos tiempos. Sus historiadores nos aseguran que, atraídos por
ella, «hombres y mujeres, clérigos y religiosos, corrían ansiosos de ver y
escuchar al hombre de Dios». Y añaden, refiriéndose a la región de Umbría: «Así
se vio entonces transformarse en breve tiempo la faz de toda la comarca y
aparecer risueña y hermosa la que antes se mostraba cubierta de máculas y
fealdades». Su deseo de dar a conocer a Jesucristo le indujo en cierta ocasión
a pararse en mitad del camino y dirigir la palabra a sus hermanas aves, que,
solícitas y silenciosas, acudieron a escucharle.
DIOS ES AMOR (I Jn 4,16)
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por él” (Jn 3,16). El Hijo es el despliegue del amor de Dios. Mismo Jesús
nos lo dice así: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes.
Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como
yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10). Es decir, cumplir los mandamientos como pautas del amor y no como ley externa:
a)
Leyes externas: Jesús dijo a los maestros de la ley:
“¡Ay de
ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del
hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la
misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Guías
ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!” (Mt 23,23-24). La ley
que no cala en el corazón no lleva a Dios porque no viene de Dios: "Los
escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo
lo que ellos les enseñen, pero no se guíen por sus obras, porque ellos enseñan
una cosa y hacen otra cosa. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros
de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo”
(Mt 23,2-4). La ley que no viene de corazón es el amor falso.
b)
El amor verdadero nace del corazón y entra en onda con el ser de
Dios: “Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de
aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la
escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer
31,33). Dios hace cosas nuevas para esta nueva alianza: “Yo los tomaré de entre
las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio
suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los
purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón
nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el
corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en
ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes” (Ez
36,24-27).
¿CUÁL ES EL MANDAMIENTO PRINCIPAL?
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús
había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos,
que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro,
¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?" Jesús le respondió:
"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es
semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22, 34-40; Mc 12,
28-34; Lc 10, 25-28). Es decir el amor a Dios y el amor al prójimo tienen común
denominación en el Amor. Por eso mismo, Jesús dijo: “Les doy un mandamiento
nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado. En esto todos
reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a
los otros" (Jn 13,34-35; Jn 15; 15, 17; 1 Jn 3, 11; 3, 23; 2 Jn 5). Esta verdad
que es el dios del amor es como se despliega en toda la sagrada escritura:
1. 'Dios es Amor': estas palabras, contenidas
en uno de los últimos libros del Nuevo Testamento, la Primera Carta de San Juan
(4, 16), constituyen como la definitiva clave de bóveda de la verdad sobre
Dios, que se abrió camino mediante numerosas palabras y muchos acontecimientos,
hasta convertirse en plena certeza de la fe con la venida de Cristo, y sobre
todo con su cruz y su resurrección. Son palabras en las que encuentra un eco
fiel la afirmación de Cristo mismo: 'Tanto amó Dios al mundo, que dio su unigénito
Hijo, para que todo el que crea en El no perezca sino que tenga la vida
eterna'(Jn 3, 16).
La fe de la Iglesia
culmina en esta verdad suprema: "Dios es amor!. Se ha revelado a Sí mismo
de modo definitivo como Amor en la cruz y resurrección de Cristo. 'Nosotros
hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene -continúa diciendo el
Apóstol Juan en su Primera Carta-. Dios es amor, y el que vive en el amor
permanece en Dios, y Dios está en él' (4,16).
2. La verdad de que Dios
es Amor constituye como el ápice de todo lo que fue revelado 'por medio de los
profetas y últimamente por medio del Hijo.', como dice la Carta a los Hebreos
(1, 1). Esta verdad ilumina todo el contenido de la Revelación divina, y en
particular la realidad revelada de la creación y de la Alianza. Si la creación
manifiesta la omnipotencia del Dios-Creador, el ejercicio de la omnipotencia se
explica definitivamente mediante el amor. Dios ha creado porque podía, porque
es omnipotente; pero su omnipotencia estaba guiada por la Sabiduría y movida
por el Amor. Esta es obra de la creación. Y la obra de la redención tiene una
elocuencia aún más potente y nos ofrece una demostración todavía más radical:
frente al mal, frente al pecado de las criaturas permanece el amor como
expresión de la omnipotencia. Sólo el amor omnipotente sabe sacar el bien del
mal y la vida nueva del pecado y de la muerte.
3. El amor como potencia,
que da la vida y que anima, está presente en toda la Revelación. El Dios vivo,
el Dios que da la vida a todos los vivientes es Aquel de quien nos hablan los
Salmos: 'Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo; se la echas y
la atrapan, abres tu mano, y se sacian de bienes; escondes tu rostro, y se
espantan, les retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo' (Sal 103,
27-29). La imagen está tomada del seno mismo de la creación. Y si este cuadro
tiene rasgos antropomórficos (como muchos textos de la Sagrada Escritura), este
antropomorfismo posee una motivación bíblica: dado que el hombre es creado a
imagen y semejanza de Dios (Gn 2,16), hay una razón para hablar de Dios 'a
imagen y semejanza' del hombre. Por otra parte, este antropomorfismo no ofusca
la transcendencia de Dios: Dios no queda reducido a dimensiones de hombre. Se
conservan todas las reglas de la analogía y del lenguaje analógico, así como
las de la analogía de la fe.
4. En la Alianza Dios se
da a conocer a los hombres, ante todo a los del Pueblo elegido por El.
Siguiendo una pedagogía progresiva, el Dios de la Alianza manifiesta las
propiedades de su ser, las que suelen llamarse atributos. Estos son ante todo
atributos de orden moral, en los cuales se revela gradualmente el Dios-Amor.
Efectivamente, si Dios se revela -sobre todo en la alianza del Sinaí- como
Legislador, Fuente suprema de la Ley, esta autoridad legislativa encuentra su
plena expresión y confirmación en los atributos de la actuación divina que la
Sagrada Escritura nos hace reconocer.
Los manifiestan los libros
inspirados del Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, leemos en el libro de la
Sabiduría: 'Porque tu poder es el principio de la justicia y tu poder soberano
te autoriza para perdonar a todos. Tú, Señor de la fuerza, juzgas con
benignidad y con mucha indulgencia nos gobiernas, pues cuando quieres tienes el
poder en la mano' (Sab 12, 16.18).
Y también: 'El poder de tu
majestad ¿Quién lo contará, y quién podrá enumerar sus misericordias' (Sir 18,
4).
Los escritos del Antiguo
Testamento ponen de relieve la justicia de Dios, pero también su clemencia y
misericordia.
Subrayan especialmente la
fidelidad de Dios a la alianza, que es un aspecto de su 'inmutabilidad' (Sal
110, 7-9; Is 65, 1-2, 16-19).
Si hablan de la cólera de
Dios, ésta es siempre la justa cólera de un Dios que, además, es 'lento a la
ira y rico en piedad' (Sal 144, 8). Si, finalmente siempre en la mencionada
concepción antropomórfica, ponen de relieve los 'celos' del Dios de la Alianza
hacia su pueblo, lo presentan siempre como un atributo del amor: 'el celo del
Señor de los ejércitos' (Is 9, 7).
Ya hemos dicho
anteriormente que los atributos de Dios no se distinguen de su Esencia; por
eso, sería más correcto hablar no tanto del Dios justo, fiel, clemente, cuanto
del Dios que es justicia, fidelidad, clemencia, misericordia, lo mismo que San
Juan escribió que 'Dios es amor' (1 Jn 4, 16).5.
El Antiguo Testamento
prepara a la revelación definitiva de Dios como Amor con abundancia de textos
inspirados. En uno de ellos leemos: 'Tienes piedad de todos, porque todo lo
puedes. Pues amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho; pues
si hubieses odiado alguna cosa, no la habrías formado. ¿Y cómo podría subsistir
nada si Tú no quisieras?. Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor amigo
de la vida' (Sab 11, 23-26).
¿Acaso no puede decirse
que en estas palabras del libro de la Sabiduría, a través del 'Ser' creador de
Dios, se transparenta ya con toda claridad Dios-Amor (Amor-Caritas)?. Pero
veamos otros textos, como el del libro de Jonás: "Sabía que Tú eres Dios
clemente y misericordioso, tardo a la ira, de gran piedad, y que te arrepientes
de hacer el mal' (Jon 4, 2).
O también el Salmo 144: 'El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso
con sus criaturas' (Sal 144, 8-9).
Cuanto más nos adentramos en la lectura de los escritos de los
Profetas Mayores, tanto más se nos descubre el rostro de Dios-Amor. He aquí
cómo habla el Señor por boca de Jeremías a Israel: 'Con amor eterno te amo, por
eso te he mantenido con fervor (Jer 31, 3).
Y he aquí las palabras de Isaías: 'Sión decía: el Señor me ha
abandonado, y mi Señor se ha olvidado de mí. Puede acaso una mujer olvidarse de
su niño, no compadecerse del hijo de sus entrañas?. Aunque ellas se olvidaran,
yo no te olvidaría' (Is 49, 14-15). Qué significativa es en las palabras de
Dios esta referencia al amor materno: la misericordia de Dios, además de a
través de la paternidad, se hace conocer también por medio de la ternura
inigualable de la maternidad. Dice Isaías: 'Que se retiren los montes, que
tiemblen los collados, no se apartará de ti mi amor, ni mi alianza de paz
vacilará, dice el Señor que se apiada de ti' (Is 54, 10).
6. Esta maravillosa preparación desarrollada por Dios en la
historia de la Antigua Alianza, especialmente por medio de los Profetas,
esperaba el cumplimiento definitivo. Y la palabra definitiva del Dios-Amor vino
con Cristo. Esta palabra no se pronunció solamente sino que fue vivida en el
misterio pascual de la cruz y de la resurrección. Lo anuncia el Apóstol: 'Dios,
que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando
nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo: de gracia
habéis sido salvados' (Ef 2, 4-5).
Verdaderamente podemos dar plenitud a nuestra profesión de fe en
'Dios Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra' con la estupenda
definición de San Juan 'Dios es amor' (1 Jn 4, 16).
En suma,
nos dice Jesús: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor
más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo
que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que
hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí
de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí
a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así
todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les
mando es que se amen los unos a los otros” (Jn 15,12-17; Jn 13, 34; 15, 17; 1 Jn
3, 11; 1 Jn 3, 23; 2 Juan 5).