jueves, 7 de agosto de 2014

DIOS ES AMOR (I Jn 4,16)

HAY VESTIGIO DE GUERRA PORQUE NO HAY VESTIGIO DE AMOR

¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti? ¿Por qué todo el mundo viene en pos de ti?
 Así le preguntaba cierto día a San Francisco uno de sus discípulos, intrigado por la irresistible atracción que ejercía un hombre externamente tan despreciable como el Pobrecillo de Asís. Y este fiel discípulo del pobrecillo atinó con una respuesta: ¡Porque este hombre de Dios irradia una cosa simple: El amor!.

«¡El Amor no es amado! ¡El Amor no es amado!», repetía frecuentemente el Santo de Asís, herido en su fina sensibilidad de amante, al comprobar la fría indiferencia de los cristianos ante las amorosas finezas del Redentor.

Este amor a Jesucristo será el resorte mágico que le impulsará a realizar acciones que un hombre superficial tal vez considere como niñerías. Cada vez que pronunciaba el nombre de Jesús se relamía los labios. Deseaba que sus frailes recogiesen del suelo los fragmentos de pergamino que hallasen porque en ellos podía encontrarse escrito el nombre del Señor. En cierta ocasión se desnudaron él y su compañero para vestir a un mendigo, porque los pobres eran hermanos de Jesucristo. En la Sagrada Escritura se alude al Redentor como a un leproso, razón suficiente para que Francisco reservase para estos desgraciados, a quienes llamaba los hermanos cristianos, sus más finas atenciones. La fidelidad incondicional a la Iglesia y la devoción al Papado, una de las grandes virtudes del Santo, no frecuentes en una época minada por pequeñas pero múltiples heterodoxias, obedecía a su firme persuasión de que la Iglesia era la Esposa de Jesucristo, y el Papa su Vicario en la tierra.

Dotado de una imaginación viva y enemigo de lo abstracto, en el Santo este amor iba dirigido a Jesucristo, considerado sobre todo en sus misterios de sabor humano. Para vivir plenamente la fiesta de Navidad, Francisco representó plásticamente en Greccio, en 1223, el nacimiento del Niño Jesús, primera representación origen de nuestros belenes. La Pasión y la Eucaristía constituían el centro de sus pensamientos. San Francisco tiene el mérito de haber introducido en la Iglesia de una manera definitiva la devoción a la humanidad de Jesucristo.

Fue también el amor al Salvador lo que le infundió una sed insaciable de almas, que les condujo a él y a sus frailes a lanzarse desde el primer momento a la predicación, de la misma manera que quería Jesucristo lo hicieran sus apóstoles: «No poseáis oro, ni plata, ni dinero en vuestras fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni zapatos, ni cayado» (Mt 10,9-10).

A partir de la fundación de la Orden el Santo apenas tendrá un momento de reposo (tampoco lo tendrán sus frailes), acuciado por llevar almas a Jesucristo. Esta será en los doce años que siguen su ocupación más frecuente, y la Italia central su preferido campo de acción. En 1210 lo encontramos evangelizando la Umbría y estableciendo la paz entre los nobles y plebeyos de Asís. Luego pasa a Toscana y pacifica asimismo la ciudad de Arezzo, ensangrentada por luchas fratricidas. En 1217 quiere pasar a Francia, pero se vio obligado a detenerse en Florencia. Todavía en 1222, cuando ya sus enfermedades le hacían sufrir no poco, lo encontramos predicando y ofreciendo un testimonio viviente del Evangelio en la parte oriental y meridional de Italia. Sus pláticas eran sencillas, salpicadas de vivas imágenes, de tono cálidamente familiar y al aire libre. Poseía una oratoria personalísima e inconfundible, que ofrecía un marcado contraste con la vigente en aquellos tiempos. Sus historiadores nos aseguran que, atraídos por ella, «hombres y mujeres, clérigos y religiosos, corrían ansiosos de ver y escuchar al hombre de Dios». Y añaden, refiriéndose a la región de Umbría: «Así se vio entonces transformarse en breve tiempo la faz de toda la comarca y aparecer risueña y hermosa la que antes se mostraba cubierta de máculas y fealdades». Su deseo de dar a conocer a Jesucristo le indujo en cierta ocasión a pararse en mitad del camino y dirigir la palabra a sus hermanas aves, que, solícitas y silenciosas, acudieron a escucharle.

DIOS ES AMOR (I Jn 4,16)

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16). El Hijo es el despliegue del amor de Dios. Mismo Jesús nos lo dice así: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15,9-10). Es decir, cumplir los mandamientos como pautas del amor y no como ley externa:
a)    Leyes externas: Jesús dijo a los maestros de la ley: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!” (Mt 23,23-24). La ley que no cala en el corazón no lleva a Dios porque no viene de Dios: "Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les enseñen, pero no se guíen por sus obras, porque ellos enseñan una cosa y hacen otra cosa. Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo” (Mt 23,2-4). La ley que no viene de corazón es el amor falso.
b)   El amor verdadero nace del corazón y entra en onda con el ser de Dios: “Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31,33). Dios hace cosas nuevas para esta nueva alianza: “Yo los tomaré de entre las naciones, los reuniré de entre todos los países y los llevaré a su propio suelo. Los rociaré con agua pura, y ustedes quedarán purificados. Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes” (Ez 36,24-27).
¿CUÁL ES EL MANDAMIENTO PRINCIPAL?
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?" Jesús le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas" (Mt 22, 34-40; Mc 12, 28-34; Lc 10, 25-28). Es decir el amor a Dios y el amor al prójimo tienen común denominación en el Amor. Por eso mismo, Jesús dijo: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Jn 13,34-35; Jn 15; 15, 17; 1 Jn 3, 11; 3, 23; 2 Jn 5). Esta verdad que es el dios del amor es como se despliega en toda la sagrada escritura:
1. 'Dios es Amor': estas palabras, contenidas en uno de los últimos libros del Nuevo Testamento, la Primera Carta de San Juan (4, 16), constituyen como la definitiva clave de bóveda de la verdad sobre Dios, que se abrió camino mediante numerosas palabras y muchos acontecimientos, hasta convertirse en plena certeza de la fe con la venida de Cristo, y sobre todo con su cruz y su resurrección. Son palabras en las que encuentra un eco fiel la afirmación de Cristo mismo: 'Tanto amó Dios al mundo, que dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca sino que tenga la vida eterna'(Jn 3, 16).
La fe de la Iglesia culmina en esta verdad suprema: "Dios es amor!. Se ha revelado a Sí mismo de modo definitivo como Amor en la cruz y resurrección de Cristo. 'Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene -continúa diciendo el Apóstol Juan en su Primera Carta-. Dios es amor, y el que vive en el amor permanece en Dios, y Dios está en él' (4,16).
2. La verdad de que Dios es Amor constituye como el ápice de todo lo que fue revelado 'por medio de los profetas y últimamente por medio del Hijo.', como dice la Carta a los Hebreos (1, 1). Esta verdad ilumina todo el contenido de la Revelación divina, y en particular la realidad revelada de la creación y de la Alianza. Si la creación manifiesta la omnipotencia del Dios-Creador, el ejercicio de la omnipotencia se explica definitivamente mediante el amor. Dios ha creado porque podía, porque es omnipotente; pero su omnipotencia estaba guiada por la Sabiduría y movida por el Amor. Esta es obra de la creación. Y la obra de la redención tiene una elocuencia aún más potente y nos ofrece una demostración todavía más radical: frente al mal, frente al pecado de las criaturas permanece el amor como expresión de la omnipotencia. Sólo el amor omnipotente sabe sacar el bien del mal y la vida nueva del pecado y de la muerte.
3. El amor como potencia, que da la vida y que anima, está presente en toda la Revelación. El Dios vivo, el Dios que da la vida a todos los vivientes es Aquel de quien nos hablan los Salmos: 'Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo; se la echas y la atrapan, abres tu mano, y se sacian de bienes; escondes tu rostro, y se espantan, les retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo' (Sal 103, 27-29). La imagen está tomada del seno mismo de la creación. Y si este cuadro tiene rasgos antropomórficos (como muchos textos de la Sagrada Escritura), este antropomorfismo posee una motivación bíblica: dado que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 2,16), hay una razón para hablar de Dios 'a imagen y semejanza' del hombre. Por otra parte, este antropomorfismo no ofusca la transcendencia de Dios: Dios no queda reducido a dimensiones de hombre. Se conservan todas las reglas de la analogía y del lenguaje analógico, así como las de la analogía de la fe.
4. En la Alianza Dios se da a conocer a los hombres, ante todo a los del Pueblo elegido por El. Siguiendo una pedagogía progresiva, el Dios de la Alianza manifiesta las propiedades de su ser, las que suelen llamarse atributos. Estos son ante todo atributos de orden moral, en los cuales se revela gradualmente el Dios-Amor. Efectivamente, si Dios se revela -sobre todo en la alianza del Sinaí- como Legislador, Fuente suprema de la Ley, esta autoridad legislativa encuentra su plena expresión y confirmación en los atributos de la actuación divina que la Sagrada Escritura nos hace reconocer.
Los manifiestan los libros inspirados del Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, leemos en el libro de la Sabiduría: 'Porque tu poder es el principio de la justicia y tu poder soberano te autoriza para perdonar a todos. Tú, Señor de la fuerza, juzgas con benignidad y con mucha indulgencia nos gobiernas, pues cuando quieres tienes el poder en la mano' (Sab 12, 16.18).
Y también: 'El poder de tu majestad ¿Quién lo contará, y quién podrá enumerar sus misericordias' (Sir 18, 4).
Los escritos del Antiguo Testamento ponen de relieve la justicia de Dios, pero también su clemencia y misericordia.
Subrayan especialmente la fidelidad de Dios a la alianza, que es un aspecto de su 'inmutabilidad' (Sal 110, 7-9; Is 65, 1-2, 16-19).
Si hablan de la cólera de Dios, ésta es siempre la justa cólera de un Dios que, además, es 'lento a la ira y rico en piedad' (Sal 144, 8). Si, finalmente siempre en la mencionada concepción antropomórfica, ponen de relieve los 'celos' del Dios de la Alianza hacia su pueblo, lo presentan siempre como un atributo del amor: 'el celo del Señor de los ejércitos' (Is 9, 7).
Ya hemos dicho anteriormente que los atributos de Dios no se distinguen de su Esencia; por eso, sería más correcto hablar no tanto del Dios justo, fiel, clemente, cuanto del Dios que es justicia, fidelidad, clemencia, misericordia, lo mismo que San Juan escribió que 'Dios es amor' (1 Jn 4, 16).5.
El Antiguo Testamento prepara a la revelación definitiva de Dios como Amor con abundancia de textos inspirados. En uno de ellos leemos: 'Tienes piedad de todos, porque todo lo puedes. Pues amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho; pues si hubieses odiado alguna cosa, no la habrías formado. ¿Y cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras?. Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor amigo de la vida' (Sab 11, 23-26).
¿Acaso no puede decirse que en estas palabras del libro de la Sabiduría, a través del 'Ser' creador de Dios, se transparenta ya con toda claridad Dios-Amor (Amor-Caritas)?. Pero veamos otros textos, como el del libro de Jonás: "Sabía que Tú eres Dios clemente y misericordioso, tardo a la ira, de gran piedad, y que te arrepientes de hacer el mal' (Jon 4, 2).
O también el Salmo 144: 'El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con sus criaturas' (Sal 144, 8-9).
Cuanto más nos adentramos en la lectura de los escritos de los Profetas Mayores, tanto más se nos descubre el rostro de Dios-Amor. He aquí cómo habla el Señor por boca de Jeremías a Israel: 'Con amor eterno te amo, por eso te he mantenido con fervor (Jer 31, 3).
Y he aquí las palabras de Isaías: 'Sión decía: el Señor me ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado de mí. Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no compadecerse del hijo de sus entrañas?. Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría' (Is 49, 14-15). Qué significativa es en las palabras de Dios esta referencia al amor materno: la misericordia de Dios, además de a través de la paternidad, se hace conocer también por medio de la ternura inigualable de la maternidad. Dice Isaías: 'Que se retiren los montes, que tiemblen los collados, no se apartará de ti mi amor, ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que se apiada de ti' (Is 54, 10).
6. Esta maravillosa preparación desarrollada por Dios en la historia de la Antigua Alianza, especialmente por medio de los Profetas, esperaba el cumplimiento definitivo. Y la palabra definitiva del Dios-Amor vino con Cristo. Esta palabra no se pronunció solamente sino que fue vivida en el misterio pascual de la cruz y de la resurrección. Lo anuncia el Apóstol: 'Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo: de gracia habéis sido salvados' (Ef 2, 4-5).
Verdaderamente podemos dar plenitud a nuestra profesión de fe en 'Dios Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra' con la estupenda definición de San Juan 'Dios es amor' (1 Jn 4, 16).
En suma, nos dice Jesús: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros” (Jn 15,12-17; Jn 13, 34; 15, 17; 1 Jn 3, 11; 1 Jn 3, 23; 2 Juan 5).

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