domingo, 27 de julio de 2014

VIVA EL PERÙ

UN SALUDO FRANCISCANO DE PAZ Y BIEN A CADA UNOS DE LOS HERMANOS DE NUESTRA PROVINCIA FRANCISCANA DE LOS XII APÓSTOLES DEL PERÚ Y A NUESTRO QUERIDO PERÚ EN ESTOS 193 AÑOS DE VIDA COMO ESTADO INDEPENDIENTE.




“Jesús les dijo: He recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,  y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20). Parte de este “todo” que es deseo de Dios, es sin duda, hasta el último rincón del Perú. Y El Señor ha dicho que: “Al entrar en una casa, saluden invocando la Paz” (Mt 10,12). ¿Cómo vivir en la paz? Jesús nos dice: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así” (Mt 20,25-26). Porque “todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8).

ACTA DE INDEPENDENCIA DEL PERÙ

“El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende

La proclamación de la Independencia del Perú constituye sin lugar a dudas, uno de los hechos más trascendentales de la historia de América, ya que la liberación del Perú era muy importante para la seguridad de las naciones circundantes, pues allí se hallaba el núcleo del poderío español en Sudamérica. Por ello fue que el Ejército Unido Libertador del Perú, al mando del general José de San Martín, arribó al Perú procedente de Chile.1 Ya en territorio peruano recibieron el apoyo de la población, especialmente en el norte, donde una inmensa jurisdicción, la Intendencia de Trujillo, se sumó a la causa independentista sin violencia, bajo el mando del marqués de Torre Tagle. Tras Trujillo, sucesivamente juraron la independencia Piura, Cajamarca, Chachapoyas, Jaén y Maynas; antes ya lo había hecho Lambayeque. El mismo San Martín reconoció posteriormente que si no hubiera sido por el apoyo masivo del norte peruano, se habría visto en la necesidad de volver a Chile para reorganizar sus fuerzas, ya que estas eran inferiores a las fuerzas virreinales.

San Martín estableció su cuartel general en Huaura, al norte de Lima. Fue en Huaura donde por primera vez proclamó la independencia del Perú, en noviembre de 1820. Lima, la capital virreinal, se vio amenazada por el avance del ejército libertador y el acoso de las montoneras patriotas (estas mayormente conformadas por hombres andinos). A comienzos de julio de 1821 se vivía en Lima una tremenda escasez de alimentos, debido precisamente al asedio de las montoneras, que cortaron las vías de comunicación con el exterior. Las tropas realistas no contaban con recursos y los patriotas ya habían conseguido importantes victorias al interior del país, en tanto la población entera reclamaba la presencia del libertador.

El 5 de julio de 1821, el virrey del Perú José de la Serna, anunció a los limeños que abandonaba la ciudad, señalando al Callao como refugio para quienes se sintiesen inseguros en la capital. Muchos vecinos españoles y criollos se trasladaron entonces a dicho puerto, buscando amparo en la Fortaleza del Real Felipe, mientras que el virrey se retiraba con sus fuerzas hacia la sierra central, dejando solo una guarnición en el Real Felipe, al mando de José de la Mar. El mismo virrey, mediante carta, invitó a San Martín para que entrara de una vez en Lima, antes que lo hicieran las montoneras indias, pues temía que estas pudieran cometer excesos.

El 9 de julio las primeras tropas libertadoras ingresaron a Lima. En la noche del 12 de julio lo hizo el mismo general San Martín y dos días después todo el Ejército Libertador. Ese mismo día, 14 de julio, San Martín, instalado ya en el Palacio de los virreyes, invitó al Ayuntamiento a jurar la Independencia. Este Cabildo, el segundo establecido por elecciones durante el Virreinato, había sido elegido el 07 de diciembre de 1820 según las bases de la Constitución de 1812 que restableció Fernando VII.


El sábado 28 de julio de 1821, siguiendo los protocolos virreinales, José de San Martín salió del palacio de Lima a las 10 a.m. junto a un numeroso séquito a caballo. Lo componían, primeramente, las autoridades de la Universidad de San Marcos vestidas con toga y birrete, luego, los altos miembros del clero y los priores de los conventos, después, los jefes militares del Ejército patriota y, finalmente, los títulos de Castilla y los caballeros de las órdenes de caballería, acompañados por los oidores de la Real Audiencia y los regidores perpetuos del Cabildo. Precedido de este cortejo, venía San Martín flanqueado por el conde de San Isidro, a la izquierda, y el marqués de Montemira, a la derecha, quien como portaestandarte llevaba la flamante bandera diseñada por el libertador. Detrás de ellos iban el conde de la Vega del Ren, los altos jefes del Ejército y un escuadrón de húsares. Flanqueaban la marcha los Alabarderos de de la Guardia Real.

Al llegar al tabladillo armado en la Plaza Mayor de Lima, frente a un público de más de 16.000 personas, San Martín recibió la bandera del marqués de Montemira y proclamó:

"El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende.
¡Viva la patria! ¡Viva la libertad!
¡Viva la independencia!"
(¡Viva el Perú!)

La misma ceremonia se repitió en la plazuela de La Merced y, luego, frente al Convento de los Descalzos.
Al terminar las proclamas, San Martín y el cortejo regresaron al palacio de los Virreyes, donde recibieron a Lord Cochrane, quien acababa de arribar al Callao. En la tarde, siguieron las celebraciones con una corrida de toros en la Plaza de Acho y, en la noche, con una recepción en el palacio municipal.

Basil Hall, al comentar la ceremonia, culmina: “Sus palabras fueron recogidas y repetidas por la multitud que llenaba la plaza y las calles adyacentes, mientras repicaban todas las campanas y se hacían salvas de artillería entre aclamaciones como nunca se había oído en Lima”. Fragmentos de la carta que mandó Tomás Guido, amigo de San Martín, a su esposa sobre las Ceremonias de 28 de Julio de 1821:

"...El 28 del mes anterior se juró en esta capital la Independencia del Perú. No he visto en América un concurso ni más lúcido ni más numeroso. Las aclamaciones eran un eco continuado de todo el pueblo... Yo fui uno de los que pasearon ese día el estandarte del Perú independiente... Jamás podría premio alguno ser más lisonjero para mí, que ver enarbolado el estandarte de la libertad en el centro de la ciudad más importante de esta parte de América, cumpliendo el objeto de nuestros trabajos en la campaña ... ). En esa misma noche se dio refresco y baile en el cabildo. Ninguna tropa logró contener la aglomeración de gente y no pudo lucir el ambiguo que se preparó para los convidados (...). En la noche siguiente se dio en el palacio del general un baile, al que asistieron todas las señoras, esto requeriría una descripción particular para lo que no tengo tiempo. La compostura con que se presentaron aquellas era elegante... Yo bailé mi contradanza de etiqueta con una señora y me separé con mis amigos a analizar los efectos de la política del gobierno antiguo"

Tanto la firma del Acta como la proclamación de la Independencia del Perú fueron meras formalidades, podría decirse hasta simbólicas. Las fuerzas realistas continuaron dominando las regiones más extensas, más pobladas y más ricas del país: la sierra central y todo el sur peruano, teniendo como nueva capital virreinal al Cuzco. De hecho, Lima volvió a ser ocupada eventualmente por las tropas realistas. No sería sino hasta 1824 cuando se pondría fin a la dominación española en el Perú.

“Yo advierto a todos los que escuchan las palabras proféticas de este Libro: "Si alguien pretende agregarles algo, Dios descargará sobre él las plagas descritas en este Libro. Y al que se atreva a quitar o agregar alguna palabra a este Libro profético, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la Ciudad santa, que se describen en este Libro" (Ap 22,18-19). Así pues, las hojas de la historia de nuestro Perù son muy sagradas porque son bendecidas por Dios. El mejor regalo a ella es nuestro servicio en la paz y el bien.

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